La Batalla de Zama (19 de octubre del 202 a. C.), representó el desenlace de la Segunda Guerra Púnica. En ella se enfrentaron el general cartaginés Aníbal Barca y el joven Publio Cornelio Escipión, "el Africano Mayor", en las llanuras de Zama.
La batalla
Parece que Aníbal, sabedor de su inferioridad en tropas montadas, confió la responsabilidad de la victoria a su infantería. A ese fin, esperaba que ocurrieran una de dos cosas: que sus elefantes dispersaran a la infantería romana, o que ésta persiguiera a los diezmados jinetes cartagineses fuera del campo de batalla, permitiendo que la infantería de Aníbal se enfrentara a las legiones cuerpo a cuerpo.
Disposición inicial
Aníbal formó a sus 37.000 infantes (50.000, según Apiano) en tres líneas, 3.000 jinetes a los flancos y alrededor de 80 elefantes[1] en el frente. Este número de elefantes es mucho mayor que el que normalmente utilizaba Aníbal. Escipión formó alrededor de 20.000 legionarios, más 14.000 auxiliares, y la caballería, que comprendía 6.000 jinetes númidas traídos por Masinisa[2] y 2.700 equites romanos.
Los cartagineses formaron 3 unidades colocando a los 80 elefantes al frente; la primera unidad estaba formada por la cifra de 12.000 infantes entre ligures, galos, mauritanos y baleares;[3] la segunda, por africanos y cartagineses, de los cuales, entre éstos últimos, había muchos ciudadanos que iban a luchar para defender su tierra, y una legión de 4.000 macedonios[4] al mando de Sópatro;[5] y la tercera unidad estaba formada por la infantería veterana de Aníbal, en su gran mayoría brutios, directamente bajo sus órdenes.
Los romanos adoptaron la disposición clásica de batalla de la legión, denominada triplex acies: con los jabalineros hastati en primera línea, los veteranos príncipes en segunda, y los lanceros triarii, armados con lanzas largas, detrás. Las unidades se encontraban separadas por pequeños pasillos que les permitían maniobrar, por los cuales debían escapar los hostigadores vélites cuando la carga cartaginesa se hiciera insostenible, al mismo tiempo que evitarían que los elefantes rompieran la formación.
Primera fase
Con ambos ejércitos frente a frente, los romanos soplaron los cuernos de batalla. Cundió el nerviosismo entre algunos de los elefantes - pues habían sido capturados recientemente -, que retrocedieron en estampida contra la propia caballería númida de Tiqueo, creando un gran desorden.
Escipión tomó dos medidas geniales para contrarrestar el ataque de los elefantes: ordenó a sus hombres bruñir corazas, cascos y cualquier cosa de metal, de tal modo que el sol se reflejara en ellos y deslumbrara a los animales, y tomó asimismo la compañía de músicos y los llevó a vanguardia, donde sus cuernos y trompetas espantaron a los animales de la izquierda, de tal modo que retrocedieron y sembraron la confusión entre la caballería númida.
Masinisa ordenó cargar a su caballería númida contra la menos numerosa de Tiqueo. Los elefantes, lanzados a la carga contra la infantería romana, tuvieron un efecto limitado gracias a los pasillos que había dejado Escipión. Atacados desde los flancos por las lanzas de los legionarios, los elefantes murieron o retrocedieron hacia las líneas cartaginesas. La caballería italiana de Lelio atacó, persiguiendo a los jinetes cartagineses fuera del campo de batalla.
Segunda fase
Los supervivientes del ejército de Magón se lanzaron contra los hastati, acabando con gran número de ellos. Aníbal ordenó avanzar a la segunda unidad para apoyar el ataque; sin embargo, los legionarios romanos comenzaron el contraataque antes de que llegara el apoyo. Provistos de sus escudos corporales, consiguieron rechazarles. Esta falta de cooperación sembró la semilla del caos en las filas púnicas, que se vieron obligadas a retroceder. Mientras tanto, los legionarios de Escipión acosaron a sus enemigos en retirada hasta que recibieron la orden de repliegue.
Una vez establecidos los cartagineses en posiciones más retrasadas, los romanos lanzaron una nueva ofensiva. Aníbal, deduciendo que sería necesaria una defensa firme, dispuso a su infantería veterana al frente, formando una fila perfecta de lanzas. Los oficiales púnicos dieron órdenes a las tropas en retirada de bordear a la tercera unidad.
El campo se hallaba cubierto de sangre y cadáveres, de modo que los veteranos hubieron de mantenerse a la defensiva. La entrada en combate de los veteranos de la guerra en Italia, desgastadas las menos numerosas tropas de infantería romanas, inclinó la balanza del lado de Aníbal, cuyas tropas comenzaron a ganar terreno.
Conclusión
La caballería romana de Lelio y los jinetes númidas de Masinisa, ya reorganizados tras la persecución de los jinetes de Tiqueo, regresaron en aquel momento al campo de batalla. Atacaron la formación compacta de los cartagineses desde la retaguardia, de manera que se produjo el colapso del ejército de Aníbal, quien hubo de huir a Hadrumentum, pues las tropas de Escipión aún les influían temor de una posible persecución. Tras unos días regresarían a Cartago derrotados.
Las bajas cartaginesas se elevaban a alrededor de 20.000 muertos,[6] junto con 11.000 heridos y 15.000 prisioneros. Los romanos capturaron también 133 estandartes militares y once elefantes. Por otro lado, entre las filas romanas hubo 1.500 muertos[7] y 4.000 heridos. Además de las importantes muertes de sus más leales oficiales, de los cuales sólo se pudieron salvar Cayo Lelio y Silano.
Consecuencias
Esta derrota marcaba el final de la Segunda Guerra Púnica. Las condiciones impuestas a Cartago fueron humillantes. Aníbal, que había ganado todas las batallas en Italia y en los Alpes, había sido derrotado en su propio terreno. Tras esto ejerció como funcionario del tesoro en Cartago, pero los sufetes le acusaron de robar fondos del Estado. Sintiéndose amenazado, huyó de la ciudad, pues sus dirigentes pretendían entregarle a Roma, en la cual había rumores de que el cartaginés se rearmaba para entrar nuevamente en guerra.
Como consecuencia de su derrota en la Segunda Guerra Púnica, Cartago sería forzada al desarme militar, prohibiéndosele además tener una flota de guerra, algo que rompía su estatus de potencia. Sus acciones militares quedarían condicionadas a la autorización romana, algo que, junto con diversas humillaciones, terminaría desembocando en la Tercera Guerra Púnica, en la que la ciudad de Cartago sería finalmente arrasada.
Así que Anibal hulló hacia Oriente.
Así que Anibal hulló hacia Oriente.
POR DAVID GARCÍA RUIZ
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